Howie Lee
No recuerdo cómo di con la música de Howie Lee, pero fue mucho antes de venir a China. Recuerdo haber escuchado algunos de sus álbumes en Bandcamp, cuando buscaba música china al azar, hace años. Pronto se convirtió en mi favorito.
Su música no se parece a nada. Es a la vez electrónica y tradicional, heterogénea, combinatoria, a veces caótica, llena de ruidos, desestructurada según lo que se esperaría de una canción de acuerdo con los criterios generalizados.
En el lugar donde almaceno mis anhelos inconfesados guardaba la esperanza ingenua de poder verlo en vivo alguna vez durante mi estancia en China. Pero, al igual que otros anhelos inconfesados, no se trataba de algo que buscara activamente, que procurase con esfuerzo. De manera que me tomó por sorpresa, apenas unas horas antes del concierto, el anuncio de que tocaría ese domingo en Chengdu.
Yo ya tenía planes para esa noche. Había quedado de cenar con una mae y estaba alistándome para salir cuando me enteré. De manera que, durante el viaje en metro, estuve ponderando si debía ir a toda costa. Y decidí que sí, que sería posiblemente mi única oportunidad de ver a un artista que admiro. De todas formas, no iba a ir con la panza vacía, así que igual cené con la mae un puré de papas, unas verduras salteadas y un pescado asado al estilo de Yunnan. Estuvo bueno, pero durante la cena le expliqué que iba a retirarme en carrera.
Pedí un taxi. El lugar estaba lejos y ya era tarde. Por el camino el taxista iba bostezando y dándole campo a todo aquel que quisiera atravesarse. Parecía tener un gran dolor de espalda, pues se retorcía en su asiento con incomodidad, y yo con impaciencia.
En cuanto entré, los rostros del público se iluminaron con la luz que venía conmigo de afuera; el mío, se encandiló con las animaciones que se proyectaban en la pantalla del fondo. Un tipo de pie, en el centro del escenario, rodeado de aparatos, los manipulaba y cantaba.
Me sorprendió la edad que aparentaba. Lo imaginaba más joven, pero al parecer ronda los 38.
En la pantalla se proyectaban imágenes que sugerían piel humana, ojos parpadeando sobre una mesa como abalorios en un cenicero, cavernícolas postapocalípticos danzando entre montañas de artefactos electrónicos, paisajes tibetanos nevados, todos hechos con el bizarro sello inconfundible de la Inteligencia artificial en el momento presente. Imágenes extrañas, incómodas, cambiantes.
Frente a él tenía un aparato para percusión electrónica y un teclado, adosado a las orejas tenía un set de audífonos y micrófono, a través del cual cantaba, y del cuello le colgaba otro artefacto que soplaba de vez en cuando y emitía los sonidos de diferentes instrumentos de viento. Cuando cantaba, por cierto, no siempre era su voz lo que se escuchaba, sino formas alteradas, samples que respondían al estímulo generado por su boca, pero cuyo sonido podía ser agudo y plural como un coro de niños. A su lado había también un téremin, y producía diversos sonidos ante la proximidad de sus manos.
De vez en cuando compartía escenario con Faye, llamada en chino 詹雯婷, una cantante taiwanesa. Incluso interpretaron una canción escrita por ella.
Muchas personas del público sostenían teléfonos y grababan. Yo hice lo mismo varias veces, y a estas alturas esta no es una actividad sorprendente. Lo que me sorprendió fue ver a dos chica a mi lado haciendo compras en línea. Pagar para ir a un concierto y dedicarse a comprar ropa a través del teléfono está fuera de mi comprensión.
Pero ya que todo el mundo tenía sus teléfonos, esto fue incorporado como parte del concierto. En un momento, nos hizo escanear un código QR que hacía reproducir un audio de pajaritos. Entonces, el tipo cantaba sobre un fondo hecho de los trinos que emitían nuestros teléfonos, mientras en la pantalla se reproducían animaciones de pájaros y agua.
Esta es la captura de pantalla del track que se reprodujo tras escanear el código.
Yo llegué cuando el concierto ya había empezado, pero sé que antes de mi llegada también sucedió algo similar, en el sentido de que hizo escanear dos códigos distintos a quienes estaban al lado izquierdo o al lado derecho del público y ello hizo reproducir sonidos distintos en cada bloque.
Al final, ya Howie y Faye se habían despedido, pero gran parte de la gente seguía ahí pidiendo más. Así que después de un rato volvieron a aparecer y jugaron un rato con el público, lo pusieron a cantar, a subir y bajar la intensidad y el volumen del canto. Y así terminó.
Al regreso, el taxista me preguntó qué me parecía bien después de vivir un año en China y le solté la genérica: el transporte es muy conveniente: hay metro, hay buses, hay taxis, hay bicicletas. Entonces me empezó a hablar de Mao Zedong y de Deng Xiaoping.
En el camino me escribió Han, el biólogo, para preguntarme si yo había estado en el concierto porque le parecía haber visto un tipo igual a mí. Le dije que era yo y me contó que él conoce a Howie, que es amigo de un amigo suyo. Entonces le envié un mensaje acerca de cómo pienso que la música de Howie Lee es una manera de entender la China contemporánea, con su mezcla rara de tradición y tecnología, para que se lo haga llegar.