Un bus, un libro, un domingo
Cuando quiero ir a un lugar nuevo, al que no sé cómo llegar, copio su nombre o su dirección en la aplicación de Amap, y esta despliega varias rutas y métodos posibles, y calcula, además, la duración en metro, en taxi, a pie, en bicicleta.
Esta vez tenía que atravesar la ciudad hacia el noroeste, para entregarle un libro a la profesora Hong. En realidad, ella no es profesora, y si bien Hong es su apellido oficial, en mandarín, tiene otro nombre en su lengua materna de la región tibetana de Sichuan.
El libro es una novela de A Lai. Se trata de una ficción histórica, ambientada en el periodo anterior a la fundación de la República Popular, en los últimos estertores del sistema feudal que se había instalado en aquella región. Su contexto histórico, geográfico y cultural es aquel al que me había asomado durante la visita a Maerkang y, según me había dicho entonces la profesora, el autor se había basado fundamentalmente en su lugar natal, que habíamos visitado, donde estaba el museo del Ejército Popular de Liberación.
Para ir a dejárselo, decidí ir en bus, en lugar de sumergirme en las profundidades del subsuelo, para ver la ciudad mientras la recorría, su frío paisaje dominguero. La línea 62 sale de una estación de buses sobre la calle Kehua, que es la misma de mi apartamento, y sigue su ruta sobre esta misma calle pasando por la entrada oeste de la Universidad de Sichuan y cruza el río hacia el centro. Después de doblar, pasa junto al Renmin Gongyuan, el Parque del Pueblo, que siempre está muy lleno los fines de semana. Todos estos son lugares conocidos y frecuentes. Apenas ayer estuve por esta zona. Pero en cuanto avancemos un poco más, las calles empezarán a ser casi por completo desconocidas.
La mayoría de las personas que han subido y bajado de este bus son gente mayor, de sesenta años o más, y en algún caso, abuela o abuelo con su nieto. Diría que es la tendencia en los buses: el promedio de edad suele ser más alto que en el metro.
Atravesamos zonas en construcción, rodeadas de vallas decoradas con un diseño que semeja pasto. Se trata de trabajos de construcción de una nueva línea de metro. Todas estas calles nuevas son en verdad muy similares a cualquier otra región de la ciudad. Restaurantes, tiendas, gente a pie, bicicletas de alquiler, hoteles, sitios en remodelación, centros comerciales, torres de apartamentos.
Pero al bajarme del bus y caminar algunas cuadras, algunos detalles empiezan a cambiar en el paisaje urbano. Algunos fenotipos, rótulos de tiendas, los colores de la ropa que se ofrece en el mostrador indican que se trata de un barrio tibetano.
La profesora me espera en el piso 27 de este edificio. Está revisando un libro que está por publicar junto a su colaborador, cuya ropa y corte al ras me sugieren que es un monje. Ella me explia que esta era la puerta oeste de la ciudad, que aquí está la estación de buses que van hacia el oeste de la provincia y suben a las montañas de la meseta tibetana, por eso muchas personas de esas regiones de han instalado en esta zona de la ciudad.
Me invita a un té mientras me cuenta que ha publicado 14 libros. La mayoría fueron editados por ella, algunos traducidos, pero no necesariamente escritos de su puño y letra. Lo dice por modestia ante mi gesto de asombro. Todos estos libros están relacionados directa o indirectamente con las torres que aún se yerguen por toda la región de la que ella es originaria y que constituyen vestigios de una época y de una organización social gobernada por los tusi, que eran como caciques locales. Entre aquellos libros que ha publicado hay cuatro diarios de viajeros europeos, hombres y mujeres de Gran Bretaña, que pasaron por la región y la describieron, a finales del siglo XIX.
Me explica que a esta altura, después de haber publicado libros acerca de estas torres, instituciones locales interesadas en fomentar el turismo en sus lugares, asociado al atractivo histórico y cultural de esas estructuras, le encargan los libros para que las describa y las explique, para que pondere su valor y exponga sus peculiaridades.
Al salir, tomo el teléfono para registrar estas palabras, pero el frío me desincentiva. Los dedos se me entiesan. Busco un bus para el regreso y termino de escribir en el camino, rodeado de personas mayores.







